lunes, 17 de septiembre de 2012

LOS NOVIOS DE LA MUERTE: Un Ejército profesional para África



   La Legión o mejor dicho el Tercio de Extranjeros, que tal fue su nombre original fue un producto exclusivo de la guerra de Marruecos.

 De no haber librado España un conflicto de aquellas características muy posiblemente no hubiera visto la luz esta unidad alrededor de la que se han forjado numerosos mitos y que, con justicia, ha sido catalogada como de elite tanto por su categoría de tropas de choque como por el valor rayano en el fanatismo que han desplegado sus integrantes en el campo de batalla.
  
   La génesis del Tercio hay que buscarla en la propia dinámica del conflicto y en su referente inmediato, la Legión Extranjera francesa, modelo en que se inspiraría el creador de la versión española: José Millán Astray y Terreros.

     Lógicamente no puede entenderse el espíritu del Tercio sin conocer la personalidad de su fundador. Una personalidad que, invariablemente, impregnaría absolutamente todos los aspectos, por nimios que estos fueran, de la futura unidad.

    Millán Astray había nacido en La Coruña en 1879. Hombre profundamente imbuido de valores tradicionales como el honor, la patria y la religión, se matriculó en la Academia de Infantería a los quince años de edad. En 1896 solicitó  la suspensión temporal de sus estudios y el traslado a Filipinas, adonde fue destinado como segundo teniente.

   Su historial militar en ultramar fue brillante destacando la acción de San Rafael (isla de Mindanao) donde junto a otros treinta hombres resistió el asedio de fuerzas enemigas muy superiores en número.

Teniente Coronel Millán Astray
      Vuelto a España, continuó sus estudios en la Escuela de Estado Mayor y prestó servicio posteriormente en varias guarniciones de la Península. En 1909 formó parte de la comisión hispano-francesa encargada de delimitar las fronteras entre las Zonas de Protectorado. Dos años más tarde fue nombrado profesor de la academia de Infantería de Toledo.

     Renunció a su cargo en 1912 y solicitó traslado a África donde sirvió sucesivamente como inspector de Tropas Indígenas, en la Mehal´la Jalifiana, en el regimiento Serrallo Nº69, en el Batallón de Cazadores de Figueras y en el Tabor de Policía Indígena de Arcila Nº3. Ascendido a comandante en 1914 estuvo destacado intermitentemente en Marruecos y la Península.

    En 1919 apareció su libro La Legión donde se recogían sus impresiones acerca de la utilidad de una unidad profesional que supliera la impopular recluta de tropas, por lo demás inexpertas, con destino a África.
  
   Las tesis de Millán Astray encontraron eco rápidamente ya que el peso de las operaciones que el Ejército llevaba a cabo en Marruecos recaía casi por completo en las unidades de Regulares, únicas tropas experimentadas con que contaba España en el teatro bélico. Por otra parte, la merecida fama de la Legión Extranjera francesa era bien conocida en los círculos militares de todo el Mundo y había quedado ampliamente demostrado en muchos conflictos coloniales, y aún en los campos de batalla europeos lo que una tropa profesional era capaz de hacer. De hecho, el grueso de las operaciones de sometimiento que Francia llevaba a cabo en su Protectorado marroquí recaía fundamentalmente en tropas nativas y en la Legión.
   

      A este respecto es interesante señalar que el número de legionarios en Marruecos pasó de 3630 en junio 1912 a 4114 tres años después, a pesar del tremendo desgaste sufrido en el Frente Occidental por los ejércitos galos, y a 5500 en agosto de 1920. El mariscal Lyautey no ocultaba su preferencia por los reclutas alemanes, austríacos y serbios que afluyeron en gran número desde el invierno de 1918 y que contribuirían a que sus tesis sobre la reducción del empleo de soldados franceses en combate se hicieran realidad.
  
    Ante la situación de estancamiento que se vislumbraba en la Zona española, el Ministerio de la Guerra, a instancias de Alfonso XIII, atendió las propuestas del comandante coruñés y en octubre de 1919 le envió en comisión de inspección a Sidi Bel Abbes, el vetusto cuartel general de la Legión Extranjera en Argelia.

    La estancia de Millán Astray entre los legionarios franceses se prolongó varios meses y sirvió para definir claramente sus ideas acerca de la unidad con el que soñaba. El esprit de corps, el código de honor, el sentido de la disciplina, las marchas e himnos propios, el exclusivo paso de parada, el uniforme distintivo, las ceremonias y la ausencia de referencias sobre los reclutas fueron aspectos que incorporaría a “su” unidad. Sin embargo, Millán era incapaz de concebir una Legión Extranjera española sin españoles.

     Es bien sabido que en la Legión Extranjera francesa no servían reclutas de leva franceses y solamente podían servir en ella aquellos que habían realizado el servicio militar. La razón era fundamentalmente política ya que las empresas coloniales podían resultar costosas en vidas y si bien es cierto que el ciudadano francés podía participar con empréstitos e impuestos en las mismas, no es menos cierto que el mismo ciudadano se opondría a que sus hijos fuesen enviados a morir a algún apartado rincón del Mundo. 

    Sin embargo, una fuerza formada mayoritariamente por voluntarios extranjeros que, a cambio de una soldada, luchara bajo las banderas francesas era una solución que, además de entroncar con la tradición militar napoleónica, agradaba a los contribuyentes y facilitaba el trabajo de los políticos que podían así organizar sus aventuras coloniales sin temor a airadas reacciones cívicas.

      No resulta extraño, pues, que la penetración española en Marruecos contase con la hostilidad popular dado el elevadísimo coste humano que supuso y que resultó fatal para miles de familias españolas, principalmente de los estratos sociales más desfavorecidos. Por todo ello, no hubo impedimentos para la creación de una Legión Extranjera española. Sin embargo, la unidad española sería bastante menos extranjera que su homóloga francesa en el sentido de que el nacionalista Millán Astray no renunciaba a que el elemento local superase con mucho al foráneo y, al contrario que el modelo francés, el número de reclutas españoles superó sustancialmente al de extranjeros desde el acta fundacional del Tercio mediante Real Decreto de 28 de enero de 1920.

    Tras la aprobación por parte del Gobierno de la creación del Tercio, éste empezó a ser promocionado por toda España y por el Extranjero para encontrar reclutas españoles y foráneos de entre 18 y 40 años de edad, con buenas condiciones físicas y moral de combate y sin el requisito de presentar documentación. 
Las primas de enganche eran de 700 pesetas por cinco años y de 500 por tres años; el primer legionario se alistó el 20 de septiembre de 1920 e inmediatamente se iniciaron los trabajos de organización de la base de la nueva unidad, establecida originalmente en el llamado Cuartel del Rey, en Ceuta. Al mes siguiente se incorporó, como segundo del ya teniente coronel Millán Astray, el comandante Francisco Franco, viejo amigo del fundador y cuya contribución en el inicial desarrollo del Tercio fue ciertamente importante.
  
   Franco se ocupó de la instrucción de los reclutas y organizó la I Bandera que estableció su campamento base en Dar Riffien, que en adelante se convertiría en la versión española del Sidi Bel Abbes francés. En diciembre se organizaron la II y III Banderas.

    Los voluntarios, de muy diversa procedencia, afluían en buen número. Predominaba el elemento español donde podían encontrarse desertores del Ejército, delincuentes comunes en busca y captura, campesinos sin tierra atraídos por la paga, voluntarios procedentes de otras Armas e incluso ex pistoleros anarquistas que, paradójicamente, buscaban huir de la Justicia en un cuerpo cuya rigidez y estricta disciplina eran la antítesis del ideal libertario.

      Entre los extranjeros son de destacar los voluntarios franceses, muchos de ellos desertores de la Armée de Afrique que buscaban asiento en esta réplica de su propia Legión. Los portugueses fueron también un contingente destacado por razones semejantes a las de los españoles.
   
     Alemanes y austríacos, veteranos de la Gran Guerra y sin ejércitos en los que servir, acudieron al Tercio. Rusos blancos fugitivos de su guerra civil, que se perfilaba ya como ganada por los bolcheviques, engrosaron también las filas de la nueva unidad así como ex combatientes italianos, muchos procedentes de los Arditi, las fuerzas de asalto durante la guerra, y de la fallida expedición de D’Annunzio a Fiume. 

    También se enrolaron irlandeses, ex miembros del I.R.A., y británicos que irónicamente habían de servir bajo los mismos colores Los voluntarios hispanoamericanos constituyeron igualmente un importante aporte que, para todos los efectos, era fácilmente asimilable por el núcleo español.
  
   En líneas generales muchos de los reclutas extranjeros eran ex combatientes de la Guerra Mundial que habían sido incapaces de readaptarse a la vida civil y que sentían la necesidad del combate como única finalidad en su vida. Esta era la razón de muchos veteranos para alistarse en el Tercio. Las miserias y los horrores vividos durante cuatro años fueron lo bastante embrutecedores como para rechazar cualquier forma de vida que no estuviera presidida por la violencia. Estas actitudes fueron aún más radicales entre los derrotados y los que no obtuvieron lo que esperaban de la victoria. En ambos casos fue el Leit Motiv de las Esquadre Di Combattimento del naciente Fascismo italiano y de los Freikorps y las S.A. en Alemania.

  A la vista del material humano, hombres duros de vida dura acuciados por la necesidad de acción, la miseria o el recuerdo de patria y familia perdidas, era evidente que el Tercio tendría su lugar en un conflicto tan salvaje y sanguinario como el de Marruecos.
  
   El 7 de enero de 1921 tuvo la unidad su primer muerto en combate y nueve días más tarde la 4ª cía de la II Bandera sufrió un ataque mientras realizaba labores de vigilancia en la ruta desde el Zoco el Arbaa hasta Xarquía Xeruta. El contraataque de la 5ª y 6ª cías abortó la acción enemiga con uno de sus típicos asaltos frontales tan queridos por el fundador.

    Esta acción no hizo cambiar de opinión a los aún reacios burócratas del Ministerio de la Guerra y los legionarios continuaron con las misiones asignadas hasta el 29 de junio del mismo año de 1921 en Buharraz cuando la III Bandera quedó en primera línea tras un hábil movimiento enemigo. La conducta de los legionarios bajo el fuego fue de una gran distinción desplegando un valor temerario que rechazó los ataques contrarios a costa de sensibles bajas.

  Desde aquél momento los legionarios fueron conceptuados como combatientes de choque, participando en gran cantidad de operaciones hasta el fin de la guerra.
  
   Desde el Desastre de Annual, cuando la I y II Banderas fueron rápidamente embarcadas en Ceuta para su traslado a Melilla, constituyéndose en las únicas tropas experimentadas que habrían de defender la plaza en caso de que los rebeldes la asaltaran, hasta las últimas operaciones, el Tercio se caracterizó por su dureza tanto para con el enemigo como la desplegada en su propio seno con sus integrantes.

    Los legionarios fueron empleados a discreción por el Mando y junto con los Regulares y las Harkas aliadas fueron los indiscutibles protagonistas de la lucha terrestre entre 1922 y 1927.
  
   El Tercio fue punta de lanza en la contraofensiva de Sanjurjo del verano de 1921 cuando miembros del mismo capturaron Nador, Monte Gurugú, Tahuima, Zeluán Y Monte Arruit.  

    Asimismo participó en el repliegue decretado por Primo de Rivera en 1924 cubriendo siempre a las unidades en retirada.

    Un Real Decreto de 16 de febrero de 1925 dispuso que el Tercio de Extranjeros, que contaba ya con siete Banderas, cambiase su denominación por la de Tercio de Marruecos, articulándose en dos Legiones (Regimientos) estacionadas en Yebala y en el Rif oriental respectivamente. Finalmente, el mando del Tercio lo ostentaría un oficial superior con el rango de coronel jefe.

   Tras actuar como fuerza de choque durante el desembarco de Alhucemas, continuó sirviendo en vanguardia en las operaciones posteriores. Tanto su valor y desprecio del peligro como el brutal comportamiento en combate hacían justicia a su lema de “Viva la Muerte” y a su más famosa canción de marcha “El Novio de la Muerte”. A todo esto puede añadirse un total de trece Cruces Laureadas a título individual y una propuesta para la concesión de la Laureada colectiva que no llegó a materializarse.



   El Tercio, o la Legión como fue conocida popularmente la unidad, conformó rápidamente el núcleo del llamado Ejército de África junto con las fuerzas de Regulares Indígenas. 






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