La Legión o mejor dicho el Tercio de
Extranjeros, que tal fue su nombre original fue un producto exclusivo de la guerra de Marruecos.
De no haber
librado España un conflicto de aquellas características muy posiblemente no
hubiera visto la luz esta unidad alrededor de la que se han forjado numerosos
mitos y que, con justicia, ha sido catalogada como de elite tanto por su
categoría de tropas de choque como por el valor rayano en el fanatismo que han
desplegado sus integrantes en el campo de batalla.
La génesis del Tercio hay que buscarla en la
propia dinámica del conflicto y en su referente inmediato, la Legión Extranjera
francesa, modelo en que se inspiraría el creador de la versión española: José
Millán Astray y Terreros.
Lógicamente no
puede entenderse el espíritu del Tercio sin conocer la personalidad de su
fundador. Una personalidad que, invariablemente, impregnaría absolutamente
todos los aspectos, por nimios que estos fueran, de la futura unidad.
Millán Astray
había nacido en La Coruña en 1879. Hombre profundamente imbuido de valores
tradicionales como el honor, la patria y la religión, se matriculó en la
Academia de Infantería a los quince años de edad. En 1896 solicitó la suspensión temporal de sus estudios y el
traslado a Filipinas, adonde fue destinado como segundo teniente.
Su historial
militar en ultramar fue brillante destacando la acción de San Rafael (isla de
Mindanao) donde junto a otros treinta hombres resistió el asedio de fuerzas
enemigas muy superiores en número.
Teniente Coronel Millán Astray |
Vuelto a
España, continuó sus estudios en la Escuela de Estado Mayor y prestó servicio
posteriormente en varias guarniciones de la Península. En 1909 formó parte de
la comisión hispano-francesa encargada de delimitar las fronteras entre las
Zonas de Protectorado. Dos años más tarde fue nombrado profesor de la academia
de Infantería de Toledo.
Renunció a su
cargo en 1912 y solicitó traslado a África donde sirvió sucesivamente como
inspector de Tropas Indígenas, en la Mehal´la
Jalifiana, en el regimiento Serrallo Nº69, en el Batallón de Cazadores de
Figueras y en el Tabor de Policía Indígena de Arcila Nº3. Ascendido a
comandante en 1914 estuvo destacado intermitentemente en Marruecos y la
Península.
En 1919
apareció su libro La Legión donde se
recogían sus impresiones acerca de la utilidad de una unidad profesional que
supliera la impopular recluta de tropas, por lo demás inexpertas, con destino a
África.
Las tesis de Millán Astray encontraron eco
rápidamente ya que el peso de las operaciones que el Ejército llevaba a cabo en
Marruecos recaía casi por completo en las unidades de Regulares, únicas tropas
experimentadas con que contaba España en el teatro bélico. Por otra parte, la
merecida fama de la Legión Extranjera francesa era bien conocida en los
círculos militares de todo el Mundo y había quedado ampliamente demostrado en
muchos conflictos coloniales, y aún en los campos de batalla europeos lo que una tropa profesional era capaz de hacer. De hecho, el
grueso de las operaciones de sometimiento que Francia llevaba a cabo en su
Protectorado marroquí recaía fundamentalmente en tropas nativas y en la Legión.
A este respecto es interesante señalar que
el número de legionarios en Marruecos pasó de 3630 en junio 1912 a 4114 tres
años después, a pesar del tremendo desgaste sufrido en el Frente Occidental por
los ejércitos galos, y a 5500 en agosto de 1920. El mariscal Lyautey no
ocultaba su preferencia por los reclutas alemanes, austríacos y serbios que
afluyeron en gran número desde el invierno de 1918 y que contribuirían a que sus tesis sobre la reducción del empleo
de soldados franceses en combate se hicieran realidad.
Ante la situación de estancamiento que se
vislumbraba en la Zona española, el Ministerio de la Guerra, a instancias de
Alfonso XIII, atendió las propuestas del comandante coruñés y en octubre de
1919 le envió en comisión de inspección a Sidi Bel Abbes, el vetusto cuartel
general de la Legión Extranjera en Argelia.
La estancia de
Millán Astray entre los legionarios franceses se prolongó varios meses y sirvió
para definir claramente sus ideas acerca de la unidad con el que soñaba. El esprit de corps, el código de honor, el
sentido de la disciplina, las marchas e himnos propios, el exclusivo paso de
parada, el uniforme distintivo, las ceremonias y la ausencia de referencias
sobre los reclutas fueron aspectos que incorporaría a “su” unidad. Sin embargo,
Millán era incapaz de concebir una Legión Extranjera española sin españoles.
Es bien sabido que en la Legión Extranjera
francesa no servían reclutas de leva franceses y solamente podían servir en
ella aquellos que habían realizado el servicio militar. La razón era fundamentalmente política ya que las empresas
coloniales podían resultar costosas en vidas y si bien es cierto que el
ciudadano francés podía participar con empréstitos e impuestos en las mismas,
no es menos cierto que el mismo ciudadano se opondría a que sus hijos fuesen
enviados a morir a algún apartado rincón del Mundo.
Sin embargo, una fuerza
formada mayoritariamente por voluntarios extranjeros que, a cambio de una
soldada, luchara bajo las banderas francesas era una solución que, además de
entroncar con la tradición militar napoleónica, agradaba a los contribuyentes y facilitaba el trabajo de los
políticos que podían así organizar sus aventuras coloniales sin temor a airadas
reacciones cívicas.
No resulta
extraño, pues, que la penetración española en Marruecos contase con la hostilidad
popular dado el elevadísimo coste humano que supuso y que resultó fatal para
miles de familias españolas, principalmente de los estratos sociales más
desfavorecidos. Por todo ello, no hubo impedimentos para la creación de una
Legión Extranjera española. Sin embargo, la unidad española sería bastante
menos extranjera que su homóloga francesa en el sentido de que el nacionalista
Millán Astray no renunciaba a que el elemento local superase con mucho al
foráneo y, al contrario que el modelo francés, el número de reclutas españoles
superó sustancialmente al de extranjeros desde el acta fundacional del Tercio
mediante Real Decreto de 28 de enero de 1920.
Tras la
aprobación por parte del Gobierno de la creación del Tercio, éste empezó a ser
promocionado por toda España y por el Extranjero para encontrar reclutas
españoles y foráneos de entre 18 y 40 años de edad, con buenas condiciones
físicas y moral de combate y sin el requisito de presentar documentación.
Las primas de
enganche eran de 700 pesetas por cinco años y de 500 por tres años; el primer legionario se alistó el 20 de septiembre de 1920 e
inmediatamente se iniciaron los trabajos de organización de la base de la nueva
unidad, establecida originalmente en el llamado Cuartel del Rey, en Ceuta. Al
mes siguiente se incorporó, como segundo del ya teniente coronel Millán Astray,
el comandante Francisco Franco, viejo amigo del fundador y cuya contribución en
el inicial desarrollo del Tercio fue ciertamente importante.
Franco se ocupó de la instrucción de los
reclutas y organizó la I Bandera que estableció su campamento base en Dar Riffien, que en adelante
se convertiría en la versión española del Sidi Bel Abbes francés. En diciembre
se organizaron la II y III Banderas.
Los
voluntarios, de muy diversa procedencia, afluían en buen número. Predominaba el
elemento español donde podían encontrarse desertores del Ejército, delincuentes
comunes en busca y captura, campesinos sin tierra atraídos por la paga,
voluntarios procedentes de otras Armas e incluso ex pistoleros anarquistas que,
paradójicamente, buscaban huir de la Justicia en un cuerpo cuya rigidez y
estricta disciplina eran la antítesis del ideal libertario.
Entre los
extranjeros son de destacar los voluntarios franceses, muchos de ellos desertores
de la Armée de Afrique que buscaban
asiento en esta réplica de su propia Legión. Los portugueses fueron también un
contingente destacado por razones semejantes a las de los españoles.
Alemanes y
austríacos, veteranos de la Gran Guerra y sin ejércitos en los que servir,
acudieron al Tercio. Rusos blancos fugitivos de su guerra civil, que se
perfilaba ya como ganada por los bolcheviques, engrosaron también las filas de la nueva unidad así como ex
combatientes italianos, muchos procedentes de los Arditi, las fuerzas de asalto durante la guerra, y de la fallida
expedición de D’Annunzio a Fiume.
También se enrolaron irlandeses, ex miembros
del I.R.A., y británicos que irónicamente habían de servir bajo los mismos
colores Los voluntarios hispanoamericanos constituyeron igualmente un
importante aporte que, para todos los efectos, era fácilmente asimilable por el
núcleo español.
En líneas generales muchos de los reclutas
extranjeros eran ex combatientes de la Guerra Mundial que habían sido incapaces
de readaptarse a la vida civil y que sentían la necesidad del combate como
única finalidad en su vida. Esta era la razón de muchos veteranos para
alistarse en el Tercio. Las miserias y los horrores vividos durante cuatro años
fueron lo bastante embrutecedores como para rechazar cualquier forma de vida
que no estuviera presidida por la violencia. Estas actitudes fueron aún más
radicales entre los derrotados y los que no obtuvieron lo que esperaban de la
victoria. En ambos casos fue el Leit
Motiv de las Esquadre Di
Combattimento del naciente Fascismo italiano y de los Freikorps y las S.A. en Alemania.
A la vista del material humano, hombres duros
de vida dura acuciados por la necesidad de acción, la miseria o el recuerdo de
patria y familia perdidas, era evidente que el Tercio tendría su lugar en un
conflicto tan salvaje y sanguinario como el de Marruecos.
El 7 de enero de 1921 tuvo la unidad su
primer muerto en combate y nueve días más tarde la 4ª cía de la II Bandera
sufrió un ataque mientras realizaba labores de vigilancia en la ruta desde el
Zoco el Arbaa hasta Xarquía Xeruta. El contraataque de la 5ª y 6ª cías abortó
la acción enemiga con uno de sus típicos asaltos frontales tan queridos por el
fundador.
Esta acción no
hizo cambiar de opinión a los aún reacios burócratas del Ministerio de la
Guerra y los legionarios continuaron con las misiones asignadas hasta el 29 de
junio del mismo año de 1921 en Buharraz cuando la III Bandera quedó en primera
línea tras un hábil movimiento enemigo. La conducta de los legionarios bajo el
fuego fue de una gran distinción desplegando un valor temerario que rechazó los
ataques contrarios a costa de sensibles bajas.
Desde aquél
momento los legionarios fueron conceptuados como combatientes de choque,
participando en gran cantidad de operaciones hasta el fin de la guerra.
Desde el Desastre de Annual, cuando la I y
II Banderas fueron rápidamente embarcadas en Ceuta para su traslado a Melilla,
constituyéndose en las únicas tropas experimentadas que habrían de defender la
plaza en caso de que los rebeldes la asaltaran, hasta las últimas operaciones,
el Tercio se caracterizó por su dureza tanto para con el enemigo como la
desplegada en su propio seno con sus integrantes.
Los legionarios
fueron empleados a discreción por el Mando y junto con los Regulares y las Harkas aliadas fueron los indiscutibles
protagonistas de la lucha terrestre entre 1922 y 1927.
El Tercio fue punta de lanza en la
contraofensiva de Sanjurjo del verano de 1921 cuando miembros del mismo
capturaron Nador, Monte Gurugú, Tahuima, Zeluán Y Monte Arruit.
Asimismo
participó en el repliegue decretado por Primo de Rivera en 1924 cubriendo
siempre a las unidades en retirada.
Un Real Decreto
de 16 de febrero de 1925 dispuso que el Tercio de Extranjeros, que contaba ya
con siete Banderas, cambiase su denominación por la de Tercio de Marruecos,
articulándose en dos Legiones (Regimientos) estacionadas en Yebala y en el Rif oriental respectivamente.
Finalmente, el mando del Tercio lo ostentaría un oficial superior con el rango
de coronel jefe.
Tras actuar
como fuerza de choque durante el desembarco de Alhucemas, continuó sirviendo en
vanguardia en las operaciones posteriores. Tanto su valor y desprecio del
peligro como el brutal comportamiento en combate hacían justicia a su lema de “Viva
la Muerte” y a su más famosa canción de marcha “El Novio de la Muerte”. A todo
esto puede añadirse un total de trece Cruces Laureadas a título individual y una propuesta para la concesión de la Laureada colectiva que no
llegó a materializarse.
El Tercio, o la Legión como fue conocida
popularmente la unidad, conformó rápidamente el núcleo del llamado Ejército de
África junto con las fuerzas de Regulares Indígenas.
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