Todo el mundo sabe
quien fue Oskar Schindler. Algunos menos saben algo de Raoul Wallenberg, de
Giorgio Perlasca o de Ángel Sanz Briz, pese a que éste era español. Todos
tienen en común que salvaron de la muerte a muchos de sus semejantes, el
primero a través de sus empresas y los otros tres, los “ángeles” de Budapest,
en los puestos diplomáticos de sus respectivas embajadas durante lo peor de las
deportaciones de judíos húngaros a los campos de exterminio.
Raoul Wallenberg |
Oskar Schindler |
Giorgio Perlasca |
Ángel Sanz-Briz |
A mediados de los
años treinta del siglo XX China atravesaba uno de los peores momentos de su
historia A la presencia de las potencias extranjeras en el país, en forma de
ventajosísimas concesiones comerciales y de extraterritorialidad, se unía el
fenómeno de la guerra civil desde 1927 y la intervención directa de Japón desde
1931.
Efectivamente China estaba gobernada, al menos en teoría, por el Partido Nacionalista Revolucionario (Kuomintang) cuya cabeza visible era el general (luego Generalísimo) Chiang Kai Chek que presidía un gobierno establecido en la ciudad de Nankín. El Kuomintang se embarcó en la tarea de sacar el país de su secular atraso y del caos subsiguiente a la caída del viejo imperio. En esta labor contó con el apoyo del diminuto Partido Comunista China hasta que, en 1927, Chiang rompió la colaboración y se dedicó en cuerpo y alma a su eliminación.
Esta situación de guerra civil fue aprovechada por Japón, uno delos vencedores de la Primera Guerra Mundial, que había obtenido parte de las concesiones que Alemania hubo de ceder tras su derrota y que se mostraba claramente insatisfecho por sus ganancias. Buscó ampliar sus posesiones en el continente (ya era dueño de la península de Corea) y puso sus ojos en la región nordeste de China, Manchuria, como objetivo maduro.
Tras una invasión sin complicaciones, una débil respuesta china (en guerra civil) y una gélida tibieza por parte de la Sociedad de Naciones, los japoneses establecieron el protectorado de Manchukuo con el último emperador de China, Pu Yi, como gobernante títere. Para ese entonces ya existían unas muy especiales relaciones entre Alemania y China. Estas relaciones se debían a varios factores, entre ellos la masiva emigración de técnicos alemanes a China en busca de mejores expectativas laborales, la presencia de empresas alemanas en China ya desde antiguo, la simpatía que despertaban los alemanes entre el gobierno chino debido a que ya no poseían intereses ni territorios en el país y, más opacamente, porque muchos militares alemanes en paro se convirtieron en instructores de los ejércitos chinos.
Todo el mundo
asocia a Japón y a la Alemania nazi como los miembros punteros del Eje Fascista
Imperialista pero, durante varios años, Hitler tuvo en mente a la China
Nacionalista como aliado preferente. De hecho, entre 1934 y 1938, el Tercer
Reich suministró a Chiang Kai Chek instructores, armamento y equipamiento de
toda clase a la vez que el prestigio y la presencia alemana en China se
incrementaban.
John Rabe era un gran conocedor de China pues estaba en el país desde que llegara en 1910 como ingeniero de Siemens AG. Su trayectoria profesional siempre estuvo ligada a China por lo que era una personalidad en la comunidad extranjera de Nankín.
El 7 de julio de 1937 los japoneses dieron inicio a una segunda fase de su penetración en China toda vez que el Kuomintang y los comunistas parecían haber llegado a un acuerdo para crear un frente unido antijaponés el año anterior. La ofensiva japonesa desbarató la resistencia de las tropas chinas pese a episodios tan duros como los combates en el área de Shanghai (donde se distinguió la 88 división china, una unidad formada según los estándares alemanes y dirigida por jefes de esa nacionalidad).
En diciembre de 1937 las tropas japonesas entraron en Nankín y, durante las siguientes seis semanas, se entregaron a una orgía de asesinatos, violaciones, pillaje y destrucción en lo que la Historia llamaría el “Saco de Nankín”.
Los extranjeros
residentes en Nankín, horrorizados por
la salvaje actitud del ejército japonés que incluso llegó a liberar de mando a
sus unidades otorgándoles carta blanca para hacer lo que les viniese en gana,
organizaron el que sería conocido como Comité Internacional para la Zona Segura
de Nankín.
Dado que Rabe era un notorio militante nazi, y en orden a la
potencial influencia de Alemania sobre Japón, fue elegido presidente del comité
con la esperanza de que pudiera mediar ante los mandos japoneses. Como quiera
que los nuevos samuráis no quisieran saber nada de mediaciones los trabajos del
Comité se llevaron a cabo bajo una tremenda presión. Se consiguió, no obstante,
crear un área de unos cuatro kilómetros cuadrados bajo la protección
diplomática de las embajadas y consulados acreditados en la ciudad. Se calcula
que más de doscientas mil personas salvaron la vida gracias a esta iniciativa a
pesar de que los japoneses no siempre respetaron la, al menos teórica,
impunidad de la Zona Segura.
Comité Internacional. John Rabe es el tercero por la izquierda |
Zona de Seguridad de Nankín |
Visto desde nuestra perspectiva pudiera parecer grotesco, pero no por ello menos cierto, que la bandera de la cruz gamada sirviera de refugio a tantas personas. John Rabe fue el alma del Comité Internacional y estuvo decidido a mostrar al mundo los horrores vividos en Nankín. Vuelto a Alemania en marzo de 1938, y llevando consigo su diario y numerosa documentación gráfica, escribió personalmente a Adolf Hitler para hacer público al Mundo la magnitud de la tragedia que había contribuido a paliar.
Escena de la película John Rabe (2009), no estrenada en España |
Pero la política alemana estaba basculando y ahora Japón tenía preferencia como aliado potencial. La Gestapo detuvo a Rabe y se incautó y destruyó el material gráfico relativo a la Masacre y le obligó a guardar silencio sobre el tema. Luego vendría la Segunda Guerra Mundial. Rabe sobrevivió a la misma y obtuvo el certificado de desnazificación gracias a su actuación en Nankín. Murió en Berlín en 1950.
Su diario,
titulado Masacre en Nankín, fue
publicado en 1966 convirtiéndose en una fuente indispensable para el estudio de
la guerra chino-japonesa.
Irónicamente, si el resto del Mundo se olvido de Rabe los chinos no lo hicieron y en 1997 el gobierno de la República Popular China, dispensó honores a aquél nazi que salvó a tanta gente, a veces arriesgando su propia vida. Su lápida fue instalada en el memorial dedicado a las víctimas del Saco de Nankín.
El legado de John Rabe es de extrema simpleza. Por encima de las razas, por encima de las ideologías, por encima de las banderas existe algo que nos iguala a todos a la par que nos distingue: Humanidad.