El tránsito del siglo
XIX al XX no pudo resultar más funesto para China.
A la
desastrosa guerra contra Japón de 1894-1895 había que sumar las continuas
injerencias de las potencias occidentales que, además de gozar de concesiones
comerciales y de puertos donde disfrutan de derechos de extraterritorialidad,
podían permitirse el lujo de intervenir en la política del país y, de paso,
ningunear a sus tribunales de modo que ningún súbdito extranjero podía ser juzgado
con arreglo a las leyes chinas aún cuando hubiese cometido un delito en aquél
país o contra un natural del mismo.
En este
ambiente de continuos desafueros, donde jugaba un papel fundamental el decadente
y corrupto imperio manchú, corresponsable de las injerencias por omisión pues,
desde la guerra del Opio de 1839-1842, que parecía transigir con los designios
de Londres, París, Washington o Berlín sin ofrecer más resistencia que alguna
ocasional protesta diplomática, no era extraño que una conciencia nacional
fuese tomando cuerpo en forma de asociaciones de artesanos y comerciantes, los
grandes perjudicados por la colonización económica de que era objeto el
país. Estas asociaciones, a las que
pronto se añadió el componente religioso pues los chinos cristianos empezaban a
ser vistos como agentes de los
extranjeros, dieron paso a versiones mucho más radicales como fueron la
multitud de sociedades secretas que, a lo largo del periodo y aún desde
antiguo, postulaban por un resurgir de China y la derogación de los
"Tratados Desiguales" que perpetuaban el sometimiento a los
extranjeros.
Una de estas
sociedades, que a la postre adquiriría mayor notoriedad, fue la Sociedad de los
Puños Armoniosos, cuyos miembros practicaban una versión del Tai-Chi a raíz de la cual serían
conocidos como Boxers (en inglés Boxeadores).
Los Boxers
propugnaban la expulsión de los extranjeros, a quienes calificaban sin ambages de
diablos, apelativo que también endilgaron a sus compatriotas cristianos. Su
influencia sobrepasó con mucho a las clases populares y alcanzó, inclusive, a
las más altas instancias pues se decía que la Emperatriz Viuda, Tzu Hsi
simpatizaba con ellos, al igual que elementos clave de la administración y del
ejército.
Durante los
últimos meses de 1899 los boxers hicieron de los chinos cristianos el blanco de
sus ataques. Ante la inacción de las autoridades chinas, la Sociedad fue
creciendo en influencia y número de miembros hasta que los misioneros blancos
empezaron a ser atacados y, en varios casos, asesinados.
A las
protestas de los diplomáticos extranjeros replicó la Emperatriz Viuda con un
decreto en el que se consagraba "como parte de la cultura china" a
las sociedades secretas. Las nuevas protestas que siguieron al decreto no
tuvieron respuesta a la par que los ataques "espontáneos" contra
personas e intereses extranjeros se intensificaban. Inclusive se tomó la decisión
de reforzar las exiguas fuerzas militares surtas en las embajadas acreditadas
en Pekín, algo que resultaría providencial a la vista de los acontecimientos.
Por fin, el
9 de Junio de 1900, el Hipódromo anejo al barrio de las embajadas fue
incendiado. El decano del cuerpo diplomático, Sir Claude McDonald, envió un
mensaje de socorro al almirante Edward Seymour, al mando de la Base de China de
la Royal Navy en Taku, en demanda de auxilio. Seymour se puso en marcha con
presteza y pronto alcanzó Tientsin en ruta a Pekín mas su marcha fue detenida
por tropas imperiales chinas y milicianos boxers obligándole a replegarse y
refugiarse en Hsiku, un arsenal chino cerca de Tientsin.
En el ínterin, por si
fuera poco, dos diplomáticos, el japonés Sugiyama y el alemán Von Ketteler
fueron asesinados y el barrio diplomático de Pekín puesto bajo asedio.
Las fuerzas
que defendían el barrio diplomático eran, por otra parte, exiguas pues no
sumaban más que diecinueve oficiales y algo más de cuatrocientos suboficiales y
clases de ocho países (aunque las legaciones eran once). Algunas decenas de
paisanos con experiencia militar complementaron el dispositivo mientras que el
resto, mujeres incluidas, se distribuían como brigadas sanitarias, de extinción
de incendios, de suministros, etc.
El sitio, en
fin, dio comienzo el 20 de Junio. Pese a la manifiesta inferioridad numérica,
los sitiados ofrecieron una defensa feroz que incluía la de la Catedral del
Norte, un templo católico defendido con saña por un puñado de franceses e
italianos y con unos tres mil chinos cristianos refugiados tras sus muros.
Paralelamente,
tras el fracaso de Seymour, una segunda expedición, esta vez multinacional, de
socorro fue organizada y lanzada hacia Pekín a través de Taku y Tientsin. A
esas alturas el ejército chino cooperaba sin disimulos con los bóxers y las
matanzas de chinos cristianos coincidían con el avance de un ejército ruso de
cien mil hombres sobre Manchuria.
Tras
terribles penurias, salpicadas de extraños altos el fuego, que incluían
vituallas donadas a las legaciones sitiadas ¡por la emperatriz viuda!, y con
cincuenta y cinco días de resistencia a las espaldas, los defensores del barrio
de las legaciones de Pekín pudieron ver cómo se retiraban sus sitiadores ante
la llegada de los cincuenta mil efectivos de la expedición de socorro, la más
extraña coalición que jamás se hubiese visto, y que jamás se repetiría, que incluía
a tropas de todas las potencias que, a su vez, estaban ligadas en mayor o menor
medida en la red de pactos y alianzas que formarían los dos bloques que se
enfrentarían catorce años después en una Gran Guerra que sacudiría hasta los
cimientos aquella Era que fue la del Imperio.
Impresionante la foto de los soldados de diferentes nacionalidades, por otro lado, da pena ver cómo España ya no era nadie en el concierto mundial.
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