sábado, 14 de enero de 2012

UN MAL DÍA PARA MORIR: La masacre de Sand Creek

La Conquista del Oeste Norteamericano fue una vasta empresa llevada a cabo en un lapso de tiempo relativamente corto que no conoció pausa ni siquiera durante la Guerra de Secesión entre federales (Unión) y rebeldes (Confederación) de 1861-1865.

La guerra, en efecto, no detuvo la afluencia de colonos ni las obras de los grandes ferrocarriles aunque sí impulsó a algunos pueblos nativos a sublevarse contra quienes pugnaban por arrebatarles sus territorios, sus medios de subsistencia y, en definitiva, su forma de vivir.

Desde Nuevo México a Minnesota, el gobierno federal hubo de invertir recursos en combatir a navajos, kiowas, apaches, sioux, arapahoes y cheyennes entre otros.



Colorado era, en aquellos años, un Territorio, es decir, no era aún estado mas estaba ya organizado y su población se había decantado por el bando de la Unión. Su situación, alejado de los principales frentes de batalla, no le ahorró empero que sus milicias se enfrentaran y derrotaran a los rebeldes en la escaramuza de Glorieta Pass (Nuevo México) en Marzo de 1862.

Pero la verdadera preocupación de los colonos del territorio no eran los rebeldes sino los grupos de indios hostiles que campaban a sus anchas y que hostigaban a los pobladores blancos. Una sucesión de tratados incumplidos y la continua reducción de sus reservas hizo que muchos hombres se lanzasen a robar y a matar. Esta circunstancia obligó a que los regimientos de milicias, creados a raíz del estallido de la guerra, permaneciesen de guarnición en el Territorio ahorrando, de paso, a sus integrantes el ser enviados a los frentes a luchar en una guerra de verdad contra un enemigo duro, decidido y bastante más peligroso.

Fue en esta tesitura cuando el 29 de Noviembre de 1864 una columna de voluntarios de caballería lanzó un ataque contra un campamento de cheyennes y arapahoes instalado en un paraje conocido como Sand Creek. Curiosamente, y ello no atenúa en absoluto lo que allí ocurrió, el campamento de Sand Creek que acaudillaba el jefe cheyenne Black Kettle estaba poblado por unos doscientos nativos pacíficos, en su mayoría mujeres, niños y hombres de edad . Tan era así que la bandera de los Estados Unidos ondeaba visiblemente sobre las tiendas.
Black Kettle

John Chivington
Pero aquello no fue óbice para que el coronel John Chivington, un pastor de la Iglesia Metodista, veterano de Glorieta Pass y comandante del 1º de Voluntarios de Caballería de Colorado, lanzase a sus 700 hombres sin mediar provocación ni acto hostil.

 La ferocidad de los milicianos de Chivington, excepción hecha de algunos oficiales que ordenaron el alto el fuego al advertir que aquello no tenía de acción de combate más de lo que su jefe de soldado, pudo deberse a la dudosa catadura de unos hombres que, en buena medida, se habían refugiado en una milicia teóricamente empeñada en la defensa de los colonos  para evitar tener que luchar contra los endurecidos combatientes de la Confederación.

El vil asesinato no fue suficiente y espantosas mutilaciones deformaron los cadáveres. Incluso partes pubendas fueron arrancadas y exhibidas obscenamente. Narices, orejas y cabelleras, muchas de mujer y de niño, adornaron las monturas de los "vencedores" durante un desfile por las calles de Denver. Atrás habían quedado la mitad, aproximadamente, de los nativos de Sand Creek aniquilados frente a setenta bajas escasas
 de la tropa de Chivington.

Kit Carson
Pero no tardaron en surgir las críticas y las airadas protestas de quienes no vieron en aquello más que un crimen execrable. Una de las más autorizadas procedía del legendario Kit Carson, explorador y curtido hombre de la frontera, nada sospechoso de afinidad hacia los indios pues, a la sazón, se hallaba empeñado en una operación contra los navajos. Carson, como otros de sus coetáneos, podía luchar contra unos indios que luchaban contra él pero eso no le convertía en un criminal de la catadura de Chivington.
 El asunto llegó incluso al Congreso de los Estados Unidos y el Ejército abrió una investigación. Chivington renunció a su cargo para evitar el escándalo de una corte marcial.

De lo que no cabe duda es de que si en Sand Creek hubiese habido más guerreros los figurones de uniforme de Chivington no hubieran salido tan bien parados. Por desgracia no se extrajo ninguna lección de aquella matanza vergonzosa y, años después, esta vez a las órdenes de un héroe de guerra, verdadera antítesis de Chivington, otros soldados cometerían un crimen semejante en un paraje llamado Washita River. Pero esa es otra historia.


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