lunes, 6 de febrero de 2012

FORJA DE HÉROES: La primera Laureada de José Varela Iglesias


Marruecos fue, junto con Etiopía en 1935-1936, el último estado soberano de África que acabó bajo la égida europea en lo que fue el postrero ajuste de cuentas colonial después de la Gran Guerra.


Entrado ya el Siglo XX España libraba una terrible y sangrienta guerra en el Norte de Marruecos para justificar su papel de "potencia protectora" sobre la parte del país que los acuerdos entre franceses y británicos le habían adjudicado.


En aquél conflicto, que se extendió desde 1909 a 1927, surgieron dos Cuerpos del renombre de los Regulares y el Tercio (la Legión) y un puñado de guerreros destinados a hacerse una reputación en aquellos desolados parajes. Uno de ellos fue José Varela Iglesias, el único soldado español que obtuvo la Cruz Laureada de San Fernando a título individual  dos veces por acciones de combate.















La primera, conocida como la acción de Rumán o de la cueva de Rumán, tuvo lugar el 20 de Septiembre de 1920. Una columna volante evolucionaba trabajosamente hacia el interior de la cabila de Anyera, cerca del monte Muires.


 El camino, ejemplo de vía pecuaria de montaña, era una sucesión de curvas entre elevaciones, el lugar ideal para una emboscada.

Cuando se hallaba internada en el angosto paso, la columna empezó a ser tiroteada desde las alturas que dominaban el camino.

Desde el seguro refugio que proporcionaba la conocida como cueva de Rumán, un grupo de francotiradores empezó a diezmar a las fuerzas españolas.

En esas circunstancias, y aplicando los conocimientos sobre la forma de luchar del guerrillero yebalí y del terreno donde tenía lugar la acción, era más que probable que si se intentaba un repliegue ordenado, la propia situación haría imposible la maniobra evasiva.  

Por otra parte, si se optaba por la desbandada general, los guerrilleros alentados por la huida enemiga, podrían abandonar sus parapetos y lanzarse a perseguir a los fugitivos. En ambos casos la pérdida sería total.

Sea como fuere, las escenas de desbandada empezaron a darse pronto. Los regulares, buenos soldados pero inadecuadamente utilizados según los cánones de guerra occidentales empleados por los oficiales españoles y con la moral muy fragmentada a causa de los desaciertos de los mandos, reaccionaron en función a su grado de veteranía. Los bisoños abandonaron los fusiles y huyeron a la desbandada, los de más experiencia permanecieron junto a sus jefes respondiendo al fuego enemigo aunque no sirviera de nada puesto que la boca de la cueva quedaba fuera del campo de tiro dominante desde el camino.
  

   Ante lo crítico de la situación, algún oficial propuso un asalto a la posición enemiga pero tanto la situación de la misma como la moral de la tropa desaconsejaban acciones desesperadas. La única opción válida, pero tremendamente arriesgada, consistía en rodear las inmediaciones de la cueva y luego aproximarse a la misma y desalojar a los tiradores enemigos.
Estaba claro que una operación como esa debía de ser llevada a cabo por un pequeño pelotón ya que si toda la columna se hubiese desplegado, los rebeldes lo hubiesen advertido.

Varela solicitó permiso al oficial al mando para ejecutar la operación. Evidentemente, las posibilidades de éxito eran reducidas pero el jefe de la columna no puso ninguna objeción a que el teniente, al menos, lo intentara.
Varela seleccionó a veintitrés regulares, la mayoría de ellos veteranos de las primeras campañas de 1914 – 1915.

El plan era muy simple: escalar el repecho que conducía a la cueva y, una vez en posición, asaltarla y tomarla.
Los veinticuatro hombres del pelotón de asalto iniciaron la maniobra. El ascenso, además de difícil, debía ser llevado a cabo con precaución de no ser localizado por los rebeldes.

Una vez alcanzada la posición de ataque se presentó un problema muy serio: la corta distancia entre los regulares y los guerrilleros hacía que disparar el fusil se convirtiese en una dificultosa tarea. La única solución era la de descartar los fusiles y atacar con granadas de mano y bayonetas y gumías.

A una señal de Varela, sus hombres lanzaron granadas y, seguidamente, entraron en la cueva donde se inició un violento cuerpo a cuerpo con los rebeldes.

En veinte minutos acabó todo y el interior de la cueva estaba lleno de muertos y de heridos que gemían.

De los veintitrés hombres que acompañaron a Varela, dieciséis habían resultado muertos o heridos. También cayeron veintiséis rebeldes y se hizo un prisionero.

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