domingo, 3 de julio de 2011

LA GUERRA MÁS SANGRIENTA: La rebelión Taiping



La más terrible contienda de la Era del Imperio es, sorprendentemente, una de las menos conocidas pese a que, con lo limitado de los medios bélicos de la época, arrojó una cifra que se estima, en cálculos bien ponderados, de entre 20 y 30 millones de muertos.


Las raíces de este conflicto que desgarró China, y que estuvo a punto de acabar con la Dinastía Ching (también llamada Dinastía Manchú), hay que buscarlas en un masivo incremento de la población  (que entre 1736 y 1852 se había triplicado, no así las tierras disponibles para una sociedad eminentemente campesina), A ello había que sumar la humillación sufrida frente a Gran Bretaña en la Guerra del Opio de 1839-1842 que, en sustancia, había servido para introducir la droga en China como moneda de cambio convirtiendo, de paso, en adicta a la misma a buena parte de la población. Además, los tratados impuestos por Gran Bretaña convertían a China en un gigantesco mercado donde, muy pronto, las demás potencias occidentales penetrarían apoyadas en ventajosos acuerdos que incluían derechos de extraterritorialidad, puertos estratégicos (Hong Kong y Shanghai, entre otros) y, no menos importante, la independencia jurisdiccional, es decir, que los occidentales no estarían sometidos en ningún caso a las leyes chinas por más que cometiesen algún delito en ese país.


En esta tesitura, pues, no era extraño que proliferasen sociedades de todo tipo, religiosas, nacionalistas, antimanchúes, antioccidentales o todo ello a un tiempo, que abogasen por una resurrección nacional y clamasen contra el régimen que había transigido ante la humillación. Una de esas sociedades, la llamada Sociedad de los Adoradores de Dios, fue el germen del que surgiría una auténtica revolución que puso en jaque al Imperio Chino y que durante quince años convirtió a China en un auténtico infierno.


Los Adoradores de Dios fueron obra de un fracasado opositor a la administración imperial china llamado Hung Hsiu-ch'uan quien, en 1846, tras un período de enfermedad anunció que él era el hermano pequeño de Jesucristo y que su misión era difundir el cristianismo (sui generis por supuesto) en el país. La Sociedad, radicada inicialmente en la provincia de Kwangsi, entró en conflicto con el gobierno por vez primera en octubre de 1850. El fracaso del gobierno imperial en acabar con aquella organización, nutrida en buena medida de bandidos y renegados, animó a su creador a proclamar, en enero de 1851, el T'ai-p'ing T'ien-Kuo (Reino Celestial de la Gran Paz) y que sería conocido simplemente como el Taiping.


La rebelión encontró eco y se extendió rápidamente pues oponerse al emperador era oponerse también a los occidentales y ,con  más pragmatismo, a los recaudadores de impuestos. En 1853, los ejércitos del emperador estaban a la defensiva y Hung estableció la capital de "su" Reino Celestial en Nankín. Incluso se despachó una expedición destinada a tomar Pekín, aunque sin éxito. Pronto, no obstante, el Taiping empezó a sufrir los mismos males del régimen al que combatía y la corrupción y la rivalidad entre sus líderes permitió que la suerte de la guerra empezase a oscilar en favor del bando imperial. A ello había que sumar la implicación, indirecta en principio, de las potencias occidentales interesadas en una victoria imperial que mantuviese los ventajosos, e injustos, tratados firmados con el emperador.


De este modo empezaron a proliferar ejércitos privados, financiados por ricos comerciantes o por mandarines, que introdujeron la rebelión en una nueva fase. Nombres tan pomposos como el Ejército Siempre Victorioso, el Ejército Siempre Seguro o el Ejército Siempre Triunfante hacían referencia a fuerzas mercenarias lideradas a menudo por occidentales que hicieron de aquella su guerra y de China, en cierto modo, su patria. El más célebre de todos sería el Ejército Siempre Victorioso, creado sobre una base de mercenarios filipinos por Frederick Townsend Ward, un antiguo miembro de la tropa que al mando de William Walker intentara conquistar Nicaragua en 1855. Ward lideraría su ejército privado con gran osadía hasta su temprana muerte en 1862. Le sucedería al mando otra leyenda de la Era del Imperio Charles George Gordon, Gordon el Chino, el héroe de Jartum.


Los Taiping, a pesar de la resistencia imperial y de sus propias luchas intestinas, siguieron luchando con singular fiereza. Ni siquiera un breve e intermitente conflicto, inserto en la dinámica de la propia guerra, entre el Imperio Chino y Francia y Gran Bretaña conocido como Segunda Guerra del Opio (1856-1860) o Guerra del Arrow por el nombre de un barco con matrícula británica abordado por fuerzas imperiales chinas por supuesta dedicación a la piratería; hizo posible que los Taiping pudieran doblegar a la Dinastía Manchú. Evidentemente, y a pesar de todo, a Francia y a Gran Bretaña, a las que se sumarían luego con tratados más o menos ventajosos los Estados Unidos y Rusia, les convenía una victoria imperial que ratificara sus prerrogativas, que incluían ahora la libre navegación por el Yang Tsé y la cesión de otros puertos con derechos de extraterritorialidad, entre otras concesiones.


Para 1862, empero, el movimiento Taiping estaba ya en franca decadencia. Los ejércitos imperiales y las fuerzas mercenarias lideradas por occidentales iban recuperando los territorios anteriormente perdidos y la propia personalidad de Hung Hsiu-ch'uan, visionaria y enferma, no contribuyó ni a la cohesión de sus fuerzas ni a un liderazgo efectivo. En el verano de 1864, derrotado y prácticamente abandonado por todos en una Nankín rodeada por fuerzas enemigas, Hung se suicidó. Aún quedaban en pie fuerzas Taiping en número considerable pero, poco a poco, las deserciones y la implacable actuación de las tropas imperiales tuvieron efecto. Para 1866 la rebelión había sido definitivamente sofocada.


Para saber más sobre este conflicto tan terrible como desconocido recomiendo dos libros que arrojan mucha luz sobre la época, las circunstancias y los protagonistas:


Por un lado EL SOLDADO DEL DIABLO, de Caleb Carr, una biografía novelada de Frederick Townsend Ward donde se incide especialmente en la trayectoria del Ejército Siempre Victorioso.


Y, de otra parte, nuestro ya conocido Harry Flashman en FLASHMAN Y EL DRAGÓN donde, con su habitual descaro, nuestro anti-héroe se verá inmerso en la rebelión y tendrá el placer de tropezarse con Ward, con Hung y con una futura emperatriz de China...

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