lunes, 13 de agosto de 2012

55 DÍAS EN PEKÍN. La épica de la cooperación imperialista



El tránsito del siglo XIX al XX no pudo resultar más funesto para China.

        A la desastrosa guerra contra Japón de 1894-1895 había que sumar las continuas injerencias de las potencias occidentales que, además de gozar de concesiones comerciales y de puertos donde disfrutan de derechos de extraterritorialidad, podían permitirse el lujo de intervenir en la política del país y, de paso, ningunear a sus tribunales de modo que ningún súbdito extranjero podía ser juzgado con arreglo a las leyes chinas aún cuando hubiese cometido un delito en aquél país o contra un natural del mismo.

        En este ambiente de continuos desafueros, donde jugaba un papel fundamental el decadente y corrupto imperio manchú, corresponsable de las injerencias por omisión pues, desde la guerra del Opio de 1839-1842, que parecía transigir con los designios de Londres, París, Washington o Berlín sin ofrecer más resistencia que alguna ocasional protesta diplomática, no era extraño que una conciencia nacional fuese tomando cuerpo en forma de asociaciones de artesanos y comerciantes, los grandes perjudicados por la colonización económica de que era objeto el país.  Estas asociaciones, a las que pronto se añadió el componente religioso pues los chinos cristianos empezaban a ser vistos  como agentes de los extranjeros, dieron paso a versiones mucho más radicales como fueron la multitud de sociedades secretas que, a lo largo del periodo y aún desde antiguo, postulaban por un resurgir de China y la derogación de los "Tratados Desiguales" que perpetuaban el sometimiento a los extranjeros.

        Una de estas sociedades, que a la postre adquiriría mayor notoriedad, fue la Sociedad de los Puños Armoniosos, cuyos miembros practicaban una versión  del Tai-Chi a raíz de la cual serían conocidos como Boxers (en inglés Boxeadores).

        Los Boxers propugnaban la expulsión de los extranjeros, a quienes calificaban sin ambages de diablos, apelativo que también endilgaron a sus compatriotas cristianos. Su influencia sobrepasó con mucho a las clases populares y alcanzó, inclusive, a las más altas instancias pues se decía que la Emperatriz Viuda, Tzu Hsi simpatizaba con ellos, al igual que elementos clave de la administración y del ejército.
 
        Durante los últimos meses de 1899 los boxers hicieron de los chinos cristianos el blanco de sus ataques. Ante la inacción de las autoridades chinas, la Sociedad fue creciendo en influencia y número de miembros hasta que los misioneros blancos empezaron a ser atacados y, en varios casos, asesinados.

        A las protestas de los diplomáticos extranjeros replicó la Emperatriz Viuda con un decreto en el que se consagraba "como parte de la cultura china" a las sociedades secretas. Las nuevas protestas que siguieron al decreto no tuvieron respuesta a la par que los ataques "espontáneos" contra personas e intereses extranjeros se intensificaban. Inclusive se tomó la decisión de reforzar las exiguas fuerzas militares surtas en las embajadas acreditadas en Pekín, algo que resultaría providencial a la vista de los acontecimientos.

        Por fin, el 9 de Junio de 1900, el Hipódromo anejo al barrio de las embajadas fue incendiado. El decano del cuerpo diplomático, Sir Claude McDonald, envió un mensaje de socorro al almirante Edward Seymour, al mando de la Base de China de la Royal Navy en Taku, en demanda de auxilio. Seymour se puso en marcha con presteza y pronto alcanzó Tientsin en ruta a Pekín mas su marcha fue detenida por tropas imperiales chinas y milicianos boxers obligándole a replegarse y refugiarse en Hsiku, un arsenal chino cerca de Tientsin.

En el ínterin, por si fuera poco, dos diplomáticos, el japonés Sugiyama y el alemán Von Ketteler fueron asesinados y el barrio diplomático de Pekín puesto bajo asedio.


        Las fuerzas que defendían el barrio diplomático eran, por otra parte, exiguas pues no sumaban más que diecinueve oficiales y algo más de cuatrocientos suboficiales y clases de ocho países (aunque las legaciones eran once). Algunas decenas de paisanos con experiencia militar complementaron el dispositivo mientras que el resto, mujeres incluidas, se distribuían como brigadas sanitarias, de extinción de incendios, de suministros, etc.

        El sitio, en fin, dio comienzo el 20 de Junio. Pese a la manifiesta inferioridad numérica, los sitiados ofrecieron una defensa feroz que incluía la de la Catedral del Norte, un templo católico defendido con saña por un puñado de franceses e italianos y con unos tres mil chinos cristianos refugiados tras sus muros.

        Paralelamente, tras el fracaso de Seymour, una segunda expedición, esta vez multinacional, de socorro fue organizada y lanzada hacia Pekín a través de Taku y Tientsin. A esas alturas el ejército chino cooperaba sin disimulos con los bóxers y las matanzas de chinos cristianos coincidían con el avance de un ejército ruso de cien mil hombres sobre Manchuria.

        Tras terribles penurias, salpicadas de extraños altos el fuego, que incluían vituallas donadas a las legaciones sitiadas ¡por la emperatriz viuda!, y con cincuenta y cinco días de resistencia a las espaldas, los defensores del barrio de las legaciones de Pekín pudieron ver cómo se retiraban sus sitiadores ante la llegada de los cincuenta mil efectivos de la expedición de socorro, la más extraña coalición que jamás se hubiese visto, y que jamás se repetiría, que incluía a tropas de todas las potencias que, a su vez, estaban ligadas en mayor o menor medida en la red de pactos y alianzas que formarían los dos bloques que se enfrentarían catorce años después en una Gran Guerra que sacudiría hasta los cimientos aquella Era que fue la del Imperio.

1 comentario:

  1. Impresionante la foto de los soldados de diferentes nacionalidades, por otro lado, da pena ver cómo España ya no era nadie en el concierto mundial.

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