martes, 6 de diciembre de 2011

KITCHENER: Luces y sombras del último héroe victoriano


Una generación entera de británicos asoció para siempre su dedo acusador y su adusto semblante, armado de terrible mostacho, con la más grande prueba a que Gran Bretaña se había visto sometida en su historia.


Para promover la recluta en lo que se llamó la Gran Guerra se eligió la imagen del último de una saga, la de los generales de la reina Victoria, que habían engrandecido el Imperio y añadido más gloria al ya recargado joyel de la soberana.


Pero,como suele ocurrir en estos casos, la imagen de héroe victorioso llevaba aparejada la más fría determinación a lograr el triunfo a costa de lo que fuera. Algo que costó la vida a miles de inocentes.


Horatio Herbert Kitchener nació, al igual que otros destacados caudillos de los ejércitos de Gran Bretaña como Wellington, Gough o Wolseley, en Irlanda, en 1850. Tras obtener una comisión en los Ingenieros Reales en 1871 inició una carrera que le llevaría por Oriente Medio en labores topográficas y donde adquiriría conocimientos de árabe.




Muerte de Gordon en Jartum
Su primera campaña sería a las órdenes del legendario Garnet Wolseley en Egipto, durante la represión del levantamiento nacionalista del coronel Arabi. Aquella expedición, una más de tantas guerras breves, limpias y nada costosas tan en boga en la Era del Imperio, unió a Kitchener con Egipto de un modo indeleble. De hecho, dos años después formó parte de la columna de socorro al general Gordon en Jartum, en un Sudán que por entonces formaba parte del estado egipcio y donde había cuajado una rebelión de corte islamista bajo el liderazgo de un caudillo llamado El Mahdi.
El Mahdi


El fracaso del rescate de Gordon quedó como un baldón en la conciencia nacional, e imperial, de Gran Bretaña mas no era el momento de actuar. En vez de eso, se procedió a reorganizar el Ejército egipcio según los estándares británicos. Evidentemente sus intereses en el país, habida cuenta de la importancia estratégica del Canal de Suez, llave de la ruta a la India, obligaban a afianzar su posición. Kitchener fue, por sus conocimientos de la lengua y las costumbres, uno de los oficiales comisionados al Ejército egipcio.


Sirdar del Ejército egipcio
La carrera de Kitchener quedaría ligada ya al país de los faraones: gobernador del Sudán Oriental, jefe de la caballería egipcia, reorganizador de la fuerza policial del país y, en 1892, el nombramiento de Sirdar, esto es, Comandante en Jefe del Ejército Egipcio. Con este rango sería el encargado de vengar la humillación de Jartum y la muerte de Gordon.


Después de una concienzuda preparación, que incluyó la formación e instrucción de batallones sudaneses, la construcción de un ferrocarril desde la costa norte de Egipto hasta el corazón del Sudán (que llevó más de diez años) y el traslado de cañoneras Nilo arriba, las tropas anglo-egipcias estuvieron en condiciones de descargar el golpe definitivo contra el estado mahdista. La batalla de Omdurman (01-09-1898), fue la culminación de la campaña y fue contemplada por un joven oficial de caballería llamado a grandes empresas: Winston Spencer Churchill.
El 21 de Lanceros a la carga en Omdurman




El joven Winston
 La derrota de los mahdistas vino seguida de otro hecho que incrementó, si cabe, la aureola de popularidad de Kitchener.


Mientras las tropas británicas remontaban el Nilo acabando con los últimos de resistencia tropezaron en una pequeña aldea llamada Fachoda con un destacamento francés que, al mando del comandante Jean Baptiste Marchand, marchaba desde el Congo Francés hacia Djibuti, en el Mar Rojo, con la idea de anexar aquél estratégico pasillo a Francia.
 Por un momento pareció que aquella disputa en un rincón perdido de África pudiese degenerar en una guerra entre Francia y Gran Bretaña pero la primera hubo de ceder y las loas a la firmeza demostrada por Kitchener alcanzaron la categoría de devoción.


Mas aún estaba por llegar el momento de su mayor triunfo y, también, el más controvertido. En 1899 Gran Bretaña entraba en guerra contra las repúblicas bóers de Orange y Transvaal, en Sudáfrica. Tras una primera fase de guerra convencional desastrosa, para las armas británicas, éstas reaccionaron imponiendo su superioridad numérica a lo que los bóers respondieron desatando una terrible guerra de guerrillas contra la que el número servía de muy poco.


En esta tesitura fue cuando Kitchener fue enviado a Sudáfrica a relevar al general Redvers Buller como jefe de estado mayor del mariscal Lord Roberts. En este puesto, y actuando a veces como comandante en jefe nominal, puso en práctica su plan de derrota de los bóers basado en el internamiento de los civiles en campos de concentración.


La idea no era nueva pues ya la había puesto en práctica el general Valeriano Weyler en Cuba en 1896-1897 y partía de la base de que las bandas guerrilleras recibían de los civiles el refugio y los pertrechos que necesitaban. Privados de estos apoyos, su derrota se daba por segura.




Kitchener actuó con decisión y pronto miles de civiles, en su mayoría mujeres y niños, fueron internados en condiciones miserables mientras sus hogares eran incendiados y sus bienes requisados. La estrategia fue un éxito, si bien el coste moral no fue un impedimento pues lo que funcionó en forma de presiones internacionales contra España por sus actos en Cuba no tuvo correlato en Londres. Los bóers pidieron la paz en 1902. Fue la última guerra victoriana, cuyo fin no pudo contemplar la soberana pues falleció el año anterior.


Después del nuevo triunfo, Kitchener recibió uno de los nombramientos más codiciados de su tiempo: Comandante en Jefe del Ejército de la India. Entre 1902 y 1909 se entregó a la labor de reformar aquella institución y prepararla para "la gran guerra" que habría de estallar en un futuro próximo pues Kitchener era uno de tantos que veía el choque entre imperios como algo inevitable.


Aún regresaría a Egipto en 1910, ya como mariscal de campo, y en agosto de 1914, con aquella gran guerra ya empezada, sería nombrado Secretario de Estado para la Guerra. Convencido de que el conflicto sería largo (el calculaba que habría guerra para tres años) abogó por la creación de un gran ejército de tres millones de hombres tanto de la metrópoli como del Imperio de modo que su inconfundible apariencia quedaría ligado a los bizarros carteles de reclutamiento.


Se le dio por desaparecido en el mar en 1916 al hundirse el crucero acorazado Hampshire a resultas de chocar contra una mina. Su misión era, esta vez, la de actuar como asesor de los ejércitos del Zar de Rusia. Con él se perdió el último héroe victoriano y un personaje señero de la Era del Imperio.

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