Suele suceder que en fases de expansión imperialista surjan conflictos de intereses toda vez que ambas, o más partes, vean peligrar sus proyectos, su seguridad nacional, su economía o su prestigio.
La búsqueda de mercados, de territorios por colonizar, de posiciones estratégicas o, simplemente, el adelantarse o prevalecer sobre otros ha sido una constante durante el siglo XIX: Francia y Gran Bretaña en África, Gran Bretaña y Rusia en Oriente, Rusia y Austria-Hungría en Europa Oriental, Rusia y el Imperio Otomano en los estrechos y el Caúcaso...
La lista podría incrementarse pero vale la pena recordar un episodio que, durante un tiempo, pareció amenazar con un conflicto entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, algo que desmiente la proverbial buena relación entre ambos países.
Aunque el litigio venía de antiguo, realmente desde la década de 1830, todo comenzó a principios de 1895 como una disputa menor entre Venezuela y Gran Bretaña a propósito de una franja de territorio selvático que separaba las posesiones británicas de la Guayana de la República de Venezuela. Dado que se trataba de terreno inexplorado, y los límites fronterizos no estaban delimitados con claridad, cada parte insistía en sus derechos. Las mutuas recriminaciones alcanzaron tal punto que Venezuela rompió relaciones diplomáticas con Gran Bretaña.
Lógicamente Londres no se quedó atrás y llevó a cabo demostraciones por parte de la Royal Navy en el Caribe. Esto hizo que los Estados Unidos entrasen en la liza.
Realmente Venezuela llevaba mucho tiempo apelando a Washington para que hiciera valer su influencia en el contencioso, aunque con escaso éxito.
Pero, en 1895, la situación se presentaba de forma diferente ya que Estados Unidos aspiraba a su porción de poder mundial una vez completada su expansión territorial. A ello había que añadir la publicación, cinco años antes, de La influencia del poder naval en la Historia ( The Influence of Sea Power upon History) del almirante Alfred Thayer Mahan y donde se esbozaban las líneas maestras de la futura política "imperial" del país y que podían resumirse, someramente, en la creación de una fuerza naval lo bastante poderosa como para proteger las dos costas y, y este aspecto sería capital para definir la política exterior de Washington durante las próximas décadas: la toma de posesión de un área de seguridad que garantizaría la seguridad de la nación y que correspondería, vagamente, a un triángulo cuyos vértices corresponderían a saber: Panamá, las islas Hawaii y el área del Caribe. Y si a esta coyuntura sumamos la existencia de los inevitables grupos de presión (lobbies) favorables a una mayor implicación del gobierno estadounidense en el continente americano; la misma existencia de la Doctrina Monroe que constituía anatema para la penetración europea en América; y una común enfermedad de la Era del Imperio, el jingoísmo[1], el resultado no podía ser otro que la posibilidad de una guerra.
En principio se lanzó la posibilidad de un arbitrio para delimitar las fronteras entre Venezuela y el territorio británico. Como quiera que Londres se negara (en aquella época hubiera constituido un desprestigio para Gran Bretaña sentarse en igualdad con Venezuela) la tensión cobraba fuerza toda vez que en Washington se reafirmaba la voluntad de asumir un papel protagónico no ya en el Caribe sino en todo el continente americano.
Mas, finalmente y tras un año turbulento, Gran Bretaña se resignó a la fórmula del arbitrio a la par que reconocía, implícitamente, la realidad de que, en adelante, los Estados Unidos asumirían un papel hegemónico en América, reconociéndosela asimismo como el área de influencia de los Estados Unidos.
El final de esta historia, en suma, fue el esperado: los Estados Unidos refrendaron su condición hegemónica al derrotar a España en 1898 y hacerse con Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, ampliando aún más las expectativas que despertaran las tesis de Mahan. Los otros "Desastres del 98"
Gran Bretaña, por su parte, se hizo con la mayor parte de la región en litigio lo que venía a significar, en la práctica, que una nueva época de entendimiento con los Estados Unidos que se materializaría años después cuando, asfixiado por una guerra interminable, el gobierno de Londres se echara en los brazos de los banqueros e industriales norteamericanos, verdaderos custodios desde entonces de los destinos de la América Hispana.DUEÑAS DE NADA
Y Venezuela, en fin, hubo de poner fin a sus demandas y la amenaza de una guerra entre dos colosos por una insignificante porción de selva se convirtió en una mera anécdota.
[1] Patriotismo exaltado. Se aplica sobre todo a la expansión militarista-imperialista del último tercio del siglo XIX.
LA ICONOGRAFÍA DEL NUEVO IMPERIO
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