lunes, 28 de octubre de 2013

INQUIETO Y TEMERARIO: Las aventuras del joven Winston


   Resulta popular la imagen de un Winston Churchill orondo, entrado en años y aferrado a su puro desafiando a la Alemania Nazi a que invadiese Gran Bretaña y prometiendo a sus conciudadanos nada más que "Sangre, Sudor y Lágrimas".
        
   Pero antes de eso hubo un muchacho inquieto y ambicioso. Un joven león, de los muchos que produjo la Inglaterra Victoriana, bien destinado a cubrirse de gloria en ignotos campos de batalla, o de perpetuar una estirpe de funcionarios civiles incorruptibles en remotos rincones del Imperio o, incluso, de darse el lustre de un brillante orador en las bancadas de los Comunes.
        
    Churchill fue todo, o casi todo, lo que se ha dicho antes. Pero es de su juventud, bastante aventurera y literariamente muy prolífica, de lo que menos se conoce. Y en esa etapa de su vida, como en su  madurez, demostró un carácter nada común.
        Producto de las Public Schools (eufemismo empleado para designar los caros internados donde se formaban las clases dirigentes de la época), en concreto de Harrow, Churchill fue un estudiante mediocre destacando solamente en disciplinas como la Historia y, en otro plano, como esgrimista.

        
       Su paso por tan selecta escuela no fue, pues, en absoluto brillante y puede que alguno de sus maestros le augurasen un porvenir poco halagüeño. Aún así, el muchacho parecía cumplir con el esquema de vida que parecía tan diáfanamente trazado para los de su casta pues al abandonar la escuela ingresó en la Real Academia Militar de Sandhurst, el vivero de los guardianes del Imperio, y, tras recibir el despacho de teniente, engrosó las filas del 4º de Húsares de la Reina.
       
      El regimiento, a la sazón estacionado en la metrópoli, no era el destino adecuado para un joven inquieto como era Winston de modo que, aprovechando un permiso (y el encargo de un rotativo británico que cubrió parte de sus gastos), partió hacia Cuba, azotada en aquellos momentos por la rebelión contra España en calidad de observador militar.
      
       Su estancia en la isla antillana, en la que descubrió su afición por los cigarros habanos y los beneficios de la siesta, inició también su carrera literaria en forma de las crónicas de guerra que enviaba a Londres.
     
      Y su bautismo de fuego tuvo lugar precisamente allí, el día de su vigésimo primer cumpleaños. Y tuvo también una recompensa inesperada pues los españoles le concedieron la Cruz del Mérito Militar (con distintivo rojo) por ser un oficial en activo (y, en teoría, por haberse desempeñado en acción).
   
     Tras su estancia en el Caribe, Winston regresó a la patria donde se le comunicó su traslado a la India. Era el mes de Octubre de 1896.

        Para los jóvenes oficiales, ansiosos de medallas y de aventuras, la India era un destino muy apetecido mas, en aquellos años finales de lo que se dio en llamar "Época Victoriana", solamente restaba un punto verdaderamente conflictivo en todo el subcontinente y ese era el de la frontera Noroccidental que lindaba con Afganistán, el legendario Paso de Khyber y las feroces tribus pashtunes que campaban en sus riscos.
Guerreros Pashtunes del Khyber

        Pero lo que le esperaba en tan exótico no era sino la abulia de la vida de guarnición en Bombay, donde la actividad más excitante eran los partidos de polo entre los equipos regimentales. Mas, no se sabe si por suerte o por mover los hilos adecuados, pronto se vio transferido al escenario de los sueños de tantos escolares de aquella generación y de tantas precedentes: la frontera Noroccidental.

        De aquella experiencia, la supresión de una revuelta en aquellos inhóspitos roquedales, quedó su primera obra de entidad The story of the Malakand Field Force en la que exponía, entre otras cosas, algo característico en las campañas coloniales: la superioridad de la potencia del fuego frente al número. Muy pronto podría contemplar eso mismo pero a una escala mucho mayor.

        Trasladado a Egipto en 1898, Churchill legó a tiempo para sentar plaza en el 21º de Lanceros y tomar parte en la última gran campaña colonial de la Era Victoriana: la Batalla de Omdurman (27 de Septiembre de 1898) en la que una fuerza combinada anglo-egipcia, al mando del general Sir Herbert Kitchener, derrotó a las tropas mahdistas en una postrera, pero cumplida venganza, por la muerte del general Gordon en Jartum apenas quince años antes.


        En esta campaña, donde la caballería británica tuvo su última y más galante acción, Churchill se vio de lleno en la refriega y solamente su pericia como jinete y la Mauser C-96 que portaba le salvaron de una muerte segura. El 21º se batió con honor pero fueron, más bien, los fusiles Lee-Metford y las ametralladoras Maxim los que dieron cuenta de las fuerzas mahdistas, cuyo arrojo en el combate valieron hasta un poema de Rudyard Kipling[1].

        Aquí, como antes en la India, tuvo tiempo Churchill de componer una de las obras más ilustrativas sobre el imperialismo británico y sobre la guerra colonial: The River War, publicada en 1899, año en el que renunció a su puesto en el escalafón militar para dar comienzo a su carrera política, saldada con un fiasco en la elección de diputados del distrito de Oldham en aquél miso año. Como candidato conservador, Churchill fue derrotado por los liberales de modo que, sin escaño y sin plaza en el Ejército, volvió sus ojos a otro conflicto que empeñaba a las fuerzas británicas en las distantes colonias de África del Sur y allá se encaminó como corresponsal del rotativo Morning Post.
        
     
 El 12 de Octubre de 1899 los estados de Orange y Transvaal (repúblicas constituidas por bóers, descendientes de los primeros colonos holandeses del siglo XVII) entraron en guerra contra el Imperio Británico. Lo que en principio debía ser una campaña corta se convirtió en una larga y sangrienta guerra de guerrillas que consumía hombres y material en la misma proporción que producía noticias para la metrópoli. Churchill, siempre en el ojo del huracán, enviaba sus crónicas desde los puestos más cercanos al frente de modo que no resulta extraño que, a mediados de Noviembre de 1899, el tren blindado en el que viajaba cayese en una emboscada de un kommando bóer. Aunque su estatus fuese de civil, ya que era periodista, ello no le libró de ser internado en un campo para prisioneros de guerra en Pretoria, capital de Transvaal.
       
     Estar recluido a cientos de kilómetros de las líneas británicas, en medio de territorio enemigo y sin hablar un ápice de afrikaans (un derivado del holandés con términos en francés, alemán , inglés e incluso bantú) era suficiente para que cualquier persona sensata se resignase al cautiverio mas no fue este el caso de Churchill, terco e indómito donde los hubiera, y protagonizó una espectacular evasión.
     
   Buscado por los bóers, que ofrecieron la exigua recompensa de 25 libras por
su captura, y auxiliado en su fuga por un uitlander[2] británico, Churchill cubrió cerca de quinientos kilómetros antes de ponerse a salvo en las posesiones portuguesas de Delagoa (Mozambique).

        Retornado a las líneas británicas, continuó enviando sus crónicas hasta la captura de Pretoria. De su experiencia sudafricana quedaría la obra que recogía sus crónicas y que se tituló The Boer War. London to Ladysmith via Pretoria and Ian Hamilton's March y que se publicó al poco de regresar a Gran Bretaña en 1900, a tiempo de presentarse a la elección nuevamente por Oldham donde, esta vez sí, las narraciones de sus aventuras le aseguraron el escaño.

        No habría ya más aventuras en parajes exóticos. Pero aún estaba muy lejos Downing Street.



[1] El poema se titula Fuzzy-Wuzzy que tal era el apodo que daban los británicos a los guerreros bejas de las tropas mahdistas.
[2] Término afrikaans que designaba a los extranjeros residentes en Orange y Transvaal.

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