domingo, 26 de mayo de 2013

SATURNØ VENTURA (4)



Colonia de El Cabo (África del Sur). Septiembre de 1899.

La locomotora empezó a aminorar la velocidad anunciando inequívocamente la proximidad de la estación de destino.

Los pasajeros del único vagón de primera de un convoy de diez coches se desperezaron unos o echaron mano de sus bolsas otros. Eran veintidós personas en total. El revisor, asegurándose de que todos habían oído sus indicaciones pasó junto al último compartimiento. Lo ocupaban un caballero, ya entrado en años, de cabello gris y barba, al estilo de Lord Salisbury, también gris y un joven de pelo oscuro y con la piel tenuemente bronceada de los meridionales. El revisor abrió la puerta y se dirigió al de más edad.

-Faltan quince minutos para llegar a la estación de Kimberley. ¿El indio es su criado, caballero?

El caballero iba a responder cuando el joven apartó a un lado la revista que leía y miró al revisor con evidente desdén.

-¿Se refiere usted a mí llamándome indio, señor? Permítame preguntarle cómo ha llegado a esa conclusión sin haberme visto nunca antes de ahora.

El revisor evidentemente molesto, y visiblemente contrariado por una respuesta que no esperaba, arrugó el entrecejo antes de replicar.

-Doce años llevo en los ferrocarriles de El Cabo y de Natal. He visto cientos como tú. Niños de familias ricas que estudian en Oxford y luego se creen que son los dueños del mundo, o pequeños bastardos que se creen ingleses sólo porque la mitad de su sangre lo es. No te equivoques muchacho,  yo os huelo a una milla.

El joven esbozó una sonrisa socarrona al tiempo que repondía.

-Entiendo. Entonces debo descubrirme ante un inglés de pura cepa como usted, ¿no es así?

-No eres tan tonto como la mayoría de tus paisanos-respondió con suficiencia.-Si nos guardáis el respeto debido y adecuado todo irá a las mil maravillas. Veamos, la multa por infligir el reglamento de viajeros es de...

El joven se puso en pie con parsimonia. Era bastante alto y se le adivinaba de complexión fuerte. El flequillo, pasado el efecto del fijador, caía lánguidamente sobre el párpado izquierdo, confiriéndole un aspecto casi siniestro. Se colocó un cigarrillo en los labios y lo encendió rascando una cerilla con el pulgar. Exhalando una fina nube de humo miró fijamente al revisor.

-No sé a quien pretende usted engañar-dijo endureciendo el tono de su voz. –Pretender pasar por inglés cuando usted no es ni siquiera británico.

-¿Cómo has dicho? ¿Qué yo no soy británico? Maldito babu_, ¿cómo te atreves? Haré que te arrojen del tren ahora mismo.

El otro viajero se levantó con la presteza que le permitía su edad y se puso entre los dos interlocutores.

-Por favor señores. Tengan un poco de calma.-Luego, mirando al revisor, añadió:-Llevo viajando con este joven varias horas y nada en él me ha hecho pensar que no sea blanco. En cuanto a usted, estoy seguro que es usted tan inglés como...

-Como Holanda...-cortó el joven.-No se engañe, caballero. Este individuo es un boer de El Cabo, uno de esos que se creen más británicos que la Reina. ¿O es que me equivoco? 

El revisor, confuso por el inesperado parlamento, abrió los ojos entre enfurecido y asombrado.

-¿No sabe qué decir?-añadió el joven saboreando el cigarrillo. –Tal vez debiera ser un poco más considerado con quienes sí somos británicos. Al menos se ahorraría la vergüenza de que descubran que aparenta lo que no es.

 Desconcertado, el revisor agachó la cabeza y se retiró cerrando tras de sí la puerta del compartimiento. Los demás ocupantes del vagón,  asomados al pasillo, le observaron retirarse cabizbajo hacia los coches de segunda.

-Vaya, joven-exclamó su compañero de compartimiento.-Hacía tiempo que no veía a nadie salir huyendo de esa manera. ¿Cómo sabía que ese individuo no era británico?

El joven sonrió afectadamente.

-Es una simple deducción desprendida de su propia imagen, señor. Lleva la barba a la moda boer, con el bigote afeitado, igual que el presidente Kruger.

-Fascinante-respondió el otro con asombro.-Nunca hubiera imaginado que un detalle tan nimio pudiera dar la clave de la procedencia de una persona.

Mientras se alisaba la americana, el joven respondió.

-Ello unido a lo excesivo de sus manifestaciones anglófilas. A nadie se le ocurriría hacer loas al Imperio a costa de quien no pasaba de ser un vulgar criado, presumiblemente iletrado. Era la excusa para afirmar sus ansias de ser considerado británico. Ni más ni menos.

-Increíble. Habla usted como si fuera...

-¿Cómo si fuera él...?-sonrió el joven mientras cogía la revista que estaba leyendo y se la tendía mostrando la portada.

             Una sonrisa, que gradualmente dio paso a una sonora carcajada, fue la respuesta al ver los rutilantes tipos que componían las palabras STRAND MAGAZINE y la silueta tocada con la típica gorra de caza inglesa y la aparatosa pipa colgando de su boca. 

         -¡Ah muchacho! ¡Brillante a la par que ingenioso! Y pensar que ese infeliz dudó de que fuera usted británico. Nicholas Copperhead-tronó mientras le tendía la mano derecha-capitán de los Fusileros Montados de Durban, retirado desde luego.

         -Emmanuel Saint John, ingeniero de DE BEERS, un placer caballero-respondió estrechando la mano tendida.

         -Realmente brillante. Es un verdadero ultraje que intenten humillar a verdaderos británicos estos advenedizos. Y pensar que nos dejaron solos en la guerra del setenta y nueve_ para que ahora pretendan pasar por cualquiera de nosotros.

        -Sí, es verdaderamente lamentable-respondió el joven denotando convicción.-Sólo Dios sabe adonde iremos a parar, ¿no cree usted?

       -Por Dios que tiene usted toda la razón, joven. En los viejos tiempos uno podía recorrer este país con la seguridad de que solamente se tropezaría con sanos colonos británicos, aparte esa basura de holandeses que están por todas partes, pero ahora estamos invadidos por gentuza de la peor calaña: italianos, franceses...toda esa chusma de latinos papistas que no sirven para nada bueno. A veces pienso que les están regalando el país.

El joven asintió mientras cogía el sombrero.

-En fin-apostilló-qué le vamos a hacer. Si quiere puede quedarse con la revista.
Copperhead sonrió mientras asentía.

-Oh, muchísimas gracias, será un verdadero placer.

Y estrechándole firmemente la mano añadió:

-¿Sabe una cosa, hijo? Son los jóvenes como usted la garantía de que el Imperio Británico seguirá derrochando paz y prosperidad para tantos miles de pobres salvajes ignorantes. Que Dios le bendiga.

-Muchas gracias-respondió el otro. –Ha sido un placer, señor Copperhead- e inclinando levemente la cabeza, salió al pasillo casi al mismo tiempo que el convoy se detenía completamente. 
                                                                                       Continuará...


En la India Británica, término despectivo para referirse a los indios educados en inglés
La guerra contra el reino Zulú de 1879

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