lunes, 30 de abril de 2012

ANNUS HORRIBILIS: Los otros "Desastres del 98"


Parece gratuito asociar el año 1898 a la decadencia de España toda vez que la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos menores del Océano Pacífico frente a unos pujantes Estados Unidos.

1898 fue, en efecto un Annus Horribilis. Hasta el punto de que podría decirse que el tránsito del siglo XIX al siglo XX ejemplifica el triunfo de una nación joven y expansiva (Estados Unidos) frente a una vieja y decadente (España).
Y el Sol se puso del todo...



Pero hubo otros desastres finiseculares. Y aunque no todos ocurriesen en 1898, de hecho la
mayoría no, sí podemos decir que la última década del siglo constituyó un particular via crucis para varios países a lo largo del Mundo. Así pues sí podríamos decir que hubo varios 98 que influyeron decisivamente en el devenir de la Historia en el nuevo siglo.



Marchand
  Francia tuvo su 98 en el mismo año del desastre español. Un expedición que había salido de la costa de occidental de África, la Misión Marchand, pues tal era el nombre del ofical al mando, Jean Baptiste Marchand, se había planteado el objetivo de unir las posesiones francesas en el continente mediante un "pasillo" que conectaría el Congo francés con Djibouti, en el Mar Rojo.

 Tras una agotadora marcha de catorce meses, la expedición Marchand alcanzó un villorrio de Sudán (oriental) llamado Fashoda, sobre el curso del río Nilo. Izó bandera y, tras resistir los embates de las fuerzas mahdistas en retirada (los británicos habían tomado Omdurman y acabado con el estado que levantara el profeta visionario llamado el Mahdi), hubo de vérselas con fuerzas británicas que remontaban el río en persecución del enemigo en fuga.

Ruta de la "Misión Marchand"





Se produjo un conflicto diplomático, que no llegó a más pues Francia no podría arrostrar una guerra contra Gran Bretaña hallándose como se hallaba inmersa en una profunda crisis interna (el Caso Dreyfus) y por un incidente colonial menor en un lugar remoto y donde los británicos parecían tener todos los triunfos.

 Francia, pues, hubo de recular y para el chauvinismo galo supuso un golpe que enquistó las relaciones entre ambos países hasta que, en un nuevo siglo y con un rey (Eduardo VII) amante del savoir faire y de los placeres de la Francia de la Belle Epoque, se normalizaron relaciones en vísperas de la Gran Guerra.



El fin de la columna Dabormida
 Italia vivió también su particular calvario finisecular.

 Tras consolidarse (aunque no se culminase) el proceso unificador en 1869-1870, la joven nación entró en la dinámica imperialista buscando su espacio colonial en África. En una evidente maniobra "de prestigio", y tras hacerse con las poco rentables Eritrea y Somalia, el gobierno italiano puso los ojos en una presa más apetecible: el reino de Etiopía.

 La penetración, semejante a la llevada a cabo por otras potencias, se basó en una serie de acuerdos bilaterales cuyo incumplimiento por los etíopes (a decir de Roma) precipitó un conflicto armado. Tras una serie de encuentros menores, el 1 de Marzo de 1896, una fuerza italiana de cerca de veinte mil hombres, al mando del general Oreste Baratieri, chocó en las cercanías de una población llamada Adua contra un ejército etíope de cien mil efectivos al mando directo de Menelik II, emperador de Etiopía. Cuarenta años después Mussolini sí lograría imponer el control italiano sobre el país en una tardía reedición de la expansión colonial decimonónica.

Batalla de Adua
Portugal no se libró de esta corriente que parecía convertir la última década del Siglo XIX en una debacle para las potencias latinas. En su caso, su desastre se consumó en 1890 después de que la ambición de Lisboa de unir sus dos principales colonias de África, Angola y Mozambique, por un corredor por el centro-sur del continente en una clara anticipación de la "Misión Marchand".

 El proyecto portugués, conocido como  Mapa Cor-de-Rosa, chocaba con las miras expansionistas británicas que ejemplificara el magnate Cecil Rhodes en su visión de un ferrocarril (británico) que uniese el continente desde El Cabo (de Buena Esperanza) hasta El Cairo. Las presiones de Londres hicieron que el proyecto quedase en nada.
El Mapa Rosa


































Primera guerra Chino-Japonesa
Pero la crisis de fin de siglo no fue solamente europea (latina). También los chinos tuvieron su "98".

 En esta ocasión fue varios años antes en un breve conflicto contra Japón (1894-1895) que puso de relieve tanto la crónica decadencia del Imperio Chino (en caída libre desde la Guerra del Opio) como la pujanza de un Japón que se negaba a convertirse en una colonia europea y, por contra, buscaba con hacerse un lugar al sol a costa del coloso enfermo. Las fuerzas armadas japonesas, instruidas y equipadas según los estándares occidentales, se impusieron a las chinas pese a la evidente inferioridad numérica y se hicieron con la isla de Formosa,con varias concesiones territoriales en el continente y con un protectorado de facto sobre Corea.

 Precisamente esta última ganancia llevaría a Japón a otro conflicto diez años después, esta vez contra una potencia europea si bien aquejada de los mismos males que el Imperio Chino. La victoria sobre Rusia en 1904-1905 convertiría a Japón en una potencia de primer orden y sería el principio de una carrera imperial que no se detendría hasta 1945.

La última guerra victoriana
Y hubo, finalmente, un fin de siglo especialmente ingrato para la que, paradójicamente, era la gran triunfadora del siglo que se iba. En la cúspide de su poder, siendo el mayor Imperio que había visto la Historia, la Gran Bretaña sufrió la tremenda humillación de ver a sus huestes derrotadas por unas milicias de barbudos granjeros en el último rincón de África.

 La semana del 10 al 17 de Diciembre de 1899, la Semana Negra, vio a los soldados de la reina Victoria derrotados en los lejanos parajes de Sudáfrica por la más feroz de las tribus africanas conque se enfrentaron: los afrikaners (llamados comúnmente boers), plantearon una dura resistencia que costó tres años doblegar y que fue la última guerra victoriana pues la soberana no alcanzó a ver su final.

 Aquellas derrotas, empero, forzaron a una reorganización profunda del Ejército Británico que llegaron justo a tiempo para la cita de 1914.

viernes, 6 de abril de 2012

SAMORY: La leyenda de un caudillo africano


El reparto de África, oficializado en el Congreso de Berlín de 1885, imprimió intensidad a los planes de penetración europeos en el continente toda vez que los acuerdos implicaban una ocupación efectiva de los territorios reivindicados.

En el caso de Francia la expansión por el llamado Sudán Occidental (un vasto territorio que se extendía hacia el interior entre el río Senegal y el lago Chad), chocó con la resistencia acostumbrada por parte de pueblos y estados que, hasta el momento, habían continuado con su existencia ajenos a las apetencias de las potencias europeas.

Tal fue el caso del Imperio Tukulor, el reino de Dahomey y, tal vez, el más claro ejemplo de cómo se identifica una causa con un nombre: Samory.

Samory Touré (c. 1830) era un producto del mestizaje de la zona, siendo su padre de la etnia dyula y su madre de procedencia mandinga. Aunque inicialmente se dedicó al comercio, la captura de su madre por parte de un señor de la guerra local le llevó a entrar al servicio del potentado como mercenario. Aquí se pusieron de manifiesto sus cualidades guerreras y, a semejanza de otro célebre líder africano, el legendario Chaka Zulú, se forjó una carrera militar gracias a las luchas intestinas entre clanes y facciones. Pronto se forjó una reputación, merecida, de buen táctico y mejor organizador de modo que a principios de la década de 1880 controlaba un territorio cuya extensión equivalía, aproximadamente, a la mitad de Francia.



Paralelamente a su actividad militar, Samory estableció contactos con los británicos en Sierra Leona con vistas a proveerse de armas de fuego pues ya en 1882 sus fuerzas habían sostenido un encuentro, si bien favorable, contra una expedición francesa. Asimismo se invistió de autoridad religiosa en un orbe predominantemente musulmán adoptando el título de Almamy (1884), que combinaba con el poder político.

A partir de entonces se entabló una relación ambivalente con Francia toda vez que parecía claro, y en el Congreso de Berlín quedaría ratificado, que aquellos territorios habrían de convertirse en el hinterland a partir de la costa de Senegal..

Con todo, Samory podía presumir de poseer el que, posiblemente, fuese el mejor ejército de la región nutrido de hombres fogueados en continuas campañas contra líderes rivales, con cuerpos diferenciados de infantería y caballería.Incluso contaba con herreros capaces de manufacturar y reparar armas de fuego de modo que, a diferencia de otros estados, su capacidad defensiva era elevada si bien nunca contó con una fuerza artillera. Esta carencia se volvería fatal con el devenir de los acontecimientos.

Gallieni
Ahmadu Seku
Entretanto la política colonial francesa, dirigida sobre el terreno por hombres tan eficientes como Joseph Gallieni, el futuro salvador de París, alternaba la acción militar con la diplomática, actuando según el principio de "Divide y Vencerás" y enfrentándose separadamente a sus enemigos acentuando las diferencias entre ellos con vistas a impedir la creación de algún tipo de frente unido contra los colonialistas europeos. De ese modo se logró que la enemistad entre Samory y el caudillo tukolor Ahmadu Seku fuese lo bastante duradera como para poder desmantelar el imperio tukolor antes de encarar decididamente a Samory.

Tirailleur y Spahi senegaleses
La guerra contra Samory, propiamente dicha, tuvo dos fases. Una primera, entre 1885 y 1886, que acabó con la firma de tratados y el reconocimiento del protectorado francés sobre su reino. La segunda, conocida como "Guerra de los Siete Años", fue donde se puso en circulación el apodo de Samory le Sanglant (Samory el Sanguinario) por más que las tropas coloniales francesas no se distinguiesen precisamente por sus actos de piedad. También, y eso dice mucho sobre el hombre, se le apodó el Bonaparte del Sudán, pues sus cualidades militares no podían menos que ser admiradas por los herederos del Gran Corso.
Samory, hábil como siempre, reaccionó al envite francés trasladando su reino a territorios más alejados de la zona de actuación de sus enemigos. Tras un corto impasse, las hostilidades se reactivaron en 1894. Esta vez la acción militar fue firme y decidida y no cejó hasta que en, septiembre de 1898, Samory fue capturado. Deportado a Gabón, fallecería dos años después a causa de una pulmonía. El hombre había muerto pero nacía la leyenda.